Del texto de Carlos Monsivais “La solidaridad de la
población en realidad fue toma del poder”.
Reescribir el texto
en 1º persona.
Todo comenzó a
la madrugada. Generalmente no es ese mi horario de trabajo, porque
mediaticamente no suele pasar nada de mayor importancia. Es a la mañana cuando
se mueve la agenda y yo voy de un lugar a otro recabando información,
entrevistas, testimonios y lo que haga falta para completar una buena noticia.
Pero esa noche, todo fue diferente. No hizo
falta que me llamaran, porque el desastre nos envolvió a todos, el suelo se
movía con tanta violencia que las edificaciones caían como naipes. Las calles
estaban inundadas de gente aterrorizada y conmocionada. Y allí estaba yo,
esperando un taxi que nunca llegaría para poder reunirme en el centro con mi
compañero camarógrafo. Entendí entonces que estaba todo mal. Que el miedo era
el factor común que nos unía a todos en ese primer momento.
Es difícil no quedarse paralizado, sin saber
que hacer, desorientado y sorprendido por lo que veía en las calles. El
panorama era de edificios destruidos, calles partidas al medio, hospitales
abarrotados. La policía estaba desbordada porque todo era un caos. Ningún
servicio del Estado daba abasto con la atención. Los heridos se multiplicaban a
cada momento y las victimas fatales también.
Sucede en situaciones extremas, como la que
vivimos hoy todos los ciudadanos del Distrito Federal, que el miedo es el
primer sentimiento que se apodera de nosotros, pero no es eterno, porque ese
miedo inicial da paso al coraje, a la necesidad de no quedarse parados
observando como todo se cae a tu alrededor. Entonces comienza otra historia: la
historia de la gente común, que al darse cuenta que no puede esperar la ayuda
de un Estado que fue desbordado por la tragedia, siente que debe hacer algo.
Mi rol de periodista pasó a ser accesorio,
dejé el micrófono tirado y empecé a remover escombros con la esperanza de poder
rescatar a alguien. Estábamos todos igual, con miedo, con angustia, con dolor y
con esperanza.
Fue muy grato para mí, poder rescatar a un
chico que estaba escondido entre los restos de una antigua casa, estaba
asustado y me quedé con él hasta que pude localizar a su mamá.
La cucaracha en mi oído retumbaba todo el
tiempo diciéndome “salí al aire”, “buscá una nota”, “contános lo que pasa en el
lugar de los hechos” y me debatía entre volver a ser periodista y mirar todo
desde afuera o seguir ayudando, colaborando, asistiendo, siendo uno más entre
tantos.
Historias de rescates, vidas salvadas, vidas
perdidas, historias de miedo, de desesperación se repiten en toda la ciudad, y
no excluye entre barrios pudientes ni suburbios. Todos habíamos sido afectados
de igual manera, y a pesar de que esa noche nos envolvió el miedo, éste no
desapareció pero le cedió el lugar a la solidaridad y la esperanza.
Borrador
Todo comenzó a
la madrugada. Generalmente no es ese mi horario de trabajo, porque
mediaticamente no suele pasar nada de mayor importancia. Es a la mañana cuando
se mueve la agenda y yo voy de un lugar a otro recabando información,
entrevistas, testimonios y lo que haga falta para completar una buena noticia.
Pero esa noche, todo fue diferente. No hizo
falta que me llamaran, porque el desastre nos envolvió a todos, el suelo se
movía con tanta violencia que las edificaciones caían como naipes. Las calles
estaban inundadas de gente aterrorizada y conmocionada. Y allí estaba yo,
esperando un taxi que nunca llegaría para poder reunirme en el centro con mi
compañero camarógrafo. Entendí entonces que estaba todo mal. Que el miedo era
el factor común que nos unía a todos en ese primer momento.
Es difícil no quedarse paralizado, sin saber
que hacer, desorientado y sorprendido por lo que veía en las calles. El
panorama era de edificios destruidos, calles partidas al medio, hospitales
abarrotados. La policía estaba desbordada porque todo era un caos. Ningún
servicio del Estado daba abasto con la atención. Los heridos se multiplicaban a
cada momento y las victimas fatales también.
Sucede en situaciones extremas, como la que
vivimos hoy todos los ciudadanos del Distrito Federal, que el miedo es el
primer sentimiento que se apodera de nosotros, pero no es eterno, porque ese
miedo inicial da paso al coraje, a la necesidad de no quedarse parados
observando como todo se cae a tu alrededor. Entonces comienza otra historia: la
historia de la gente común, que al darse cuenta que no puede esperar la ayuda
de un Estado que fue desbordado por la tragedia, siente que debe hacer algo.
Mi rol de periodista pasó a ser accesorio,
dejé el micrófono tirado y empecé a remover escombros con la esperanza de poder
rescatar a alguien. Estábamos todos igual, con miedo, con angustia, con dolor y
con esperanza.
Fue muy grato para mí, poder rescatar a un
chico que estaba escondido entre los restos de una antigua casa, estaba
asustado y me quedé con él hasta que pude localizar a su mamá.
La cucaracha en mi oído retumbaba todo el
tiempo diciéndome “salí al aire”, “buscá una nota”, “contános lo que pasa en el
lugar de los hechos” y me debatía entre volver a ser periodista y mirar todo
desde afuera o seguir ayudando, colaborando, asistiendo, siendo uno más entre
tantos.
Historias de rescates, vidas salvadas, vidas
perdidas, historias de miedo, de desesperación se repiten en toda la ciudad, y
no excluye entre barrios pudientes ni suburbios. Todos habíamos sido afectados
de igual manera, y a pesar de que esa noche nos envolvió el miedo, éste no
desapareció pero le cedió el lugar a la solidaridad y la esperanza.