miércoles, 11 de julio de 2012

Robledo Puch- Osvaldo Soriano



Escribir un fragmento con los verbos típicos de la narración:

 Carlos Eduardo estudiaba piano, la maestra decía que tenía gran facilidad y que era un chico respetuoso. Ejercitaba con Hannon y la abuela estaba contenta con él, porque aprendió muy bien a hablar alemán y también podía conversar en ingles. Claro que no era un chico afeminado, como esos que tocaban en las fiestas familiares para ganar el aplauso de los parientes y amigos.  Él salía  a jugar a cow-boys con los chicos del barrio y jugaba al fútbol. Se creía San Filippo y cuando le quitaban la pelota protestaba, que era faul. Pero no le hacían caso porque era un poco antipático, casi agresivo cuando discutía. Por eso le decían leche hervida. 

 Transformar un capítulo completo, mostrando todo pero el nombre del criminal al final:

El enemigo insólito:
                        
 “A los 20 años no se puede andar sin coche y sin plata”. Para él la vida es simple. A medias entre ambos compran un Fiat 600 que generalmente conduce el más joven de los dos. Lo maneja a toda velocidad e interviene en picadas en las que muerde de rabia por no tener un coche más potente.
 Una noche, mientras toman una copa, se ponen de acuerdo. El experto sabe que habrá peligro: se juramentaron y el nuevo será el ejecutor de quien se cruce en el camino.
 Por fin, la noche del 9 de mayo llegan a la calle Ricardo Gutiérrez al 1500, en Olivos. Por la pared de una estación de servicio saltan al techo del baño de una casa de venta de repuestos para autos. Entran por una claraboya. El encargado y su mujer duermen en camas separadas. A un lado descansa una hija del joven matrimonio. No se despiertan. Bianchi no despertará jamás: El ejecutor le pega dos balazos. La mujer se sobresalta y hace lo mismo, le gatilla dos veces más.  Una bala da en el pecho de la mujer que cae hacia atrás. El dueño de los disparos se lanza sobre el placard y comienza a buscar. A su espalda oye gemidos débiles. La mujer se desangra, pero no puede moverse porque el acompañante del ejecutor ha caído sobre ella. El ejecutor los mira; no abarca la tragedia en su totalidad. Hay un muerto y una violación, pero para él los hechos no tienen dimensión ni nombres comunes. “Había que sobrevivir”, diría mas tarde. Cuando salen, el abusador está manchado de sangre pero no cambian una palabra. El nuevo se detiene de nuevo y sonríe. Ha visto la vidriera de los accesorios. Recoge una palanca de cambios y dos instrumentos de medición. “Son para el 600” dijo Robledo Puch, y los mete junto a los 350 mil pesos que halló en el placard.

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