miércoles, 11 de julio de 2012

La solidaridad de la población en realidad fue toma del poder- Carlos Monsivais


Del texto de Carlos Monsivais “La solidaridad de la población en realidad fue toma del poder”.
 Reescribir el texto en 1º persona.
 
Todo comenzó a la madrugada. Generalmente no es ese mi horario de trabajo, porque mediaticamente no suele pasar nada de mayor importancia. Es a la mañana cuando se mueve la agenda y yo voy de un lugar a otro recabando información, entrevistas, testimonios y lo que haga falta para completar una buena noticia.
 Pero esa noche, todo fue diferente. No hizo falta que me llamaran, porque el desastre nos envolvió a todos, el suelo se movía con tanta violencia que las edificaciones caían como naipes. Las calles estaban inundadas de gente aterrorizada y conmocionada. Y allí estaba yo, esperando un taxi que nunca llegaría para poder reunirme en el centro con mi compañero camarógrafo. Entendí entonces que estaba todo mal. Que el miedo era el factor común que nos unía a todos en ese primer momento.
 Es difícil no quedarse paralizado, sin saber que hacer, desorientado y sorprendido por lo que veía en las calles. El panorama era de edificios destruidos, calles partidas al medio, hospitales abarrotados. La policía estaba desbordada porque todo era un caos. Ningún servicio del Estado daba abasto con la atención. Los heridos se multiplicaban a cada momento y las victimas fatales también.
 Sucede en situaciones extremas, como la que vivimos hoy todos los ciudadanos del Distrito Federal, que el miedo es el primer sentimiento que se apodera de nosotros, pero no es eterno, porque ese miedo inicial da paso al coraje, a la necesidad de no quedarse parados observando como todo se cae a tu alrededor. Entonces comienza otra historia: la historia de la gente común, que al darse cuenta que no puede esperar la ayuda de un Estado que fue desbordado por la tragedia, siente que debe hacer algo.
 Mi rol de periodista pasó a ser accesorio, dejé el micrófono tirado y empecé a remover escombros con la esperanza de poder rescatar a alguien. Estábamos todos igual, con miedo, con angustia, con dolor y con esperanza.
 Fue muy grato para mí, poder rescatar a un chico que estaba escondido entre los restos de una antigua casa, estaba asustado y me quedé con él hasta que pude localizar a su mamá.
 La cucaracha en mi oído retumbaba todo el tiempo diciéndome “salí al aire”, “buscá una nota”, “contános lo que pasa en el lugar de los hechos” y me debatía entre volver a ser periodista y mirar todo desde afuera o seguir ayudando, colaborando, asistiendo, siendo uno más entre tantos.
 Historias de rescates, vidas salvadas, vidas perdidas, historias de miedo, de desesperación se repiten en toda la ciudad, y no excluye entre barrios pudientes ni suburbios. Todos habíamos sido afectados de igual manera, y a pesar de que esa noche nos envolvió el miedo, éste no desapareció pero le cedió el lugar a la solidaridad y la esperanza.  

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Todo comenzó a la madrugada. Generalmente no es ese mi horario de trabajo, porque mediaticamente no suele pasar nada de mayor importancia. Es a la mañana cuando se mueve la agenda y yo voy de un lugar a otro recabando información, entrevistas, testimonios y lo que haga falta para completar una buena noticia.
 Pero esa noche, todo fue diferente. No hizo falta que me llamaran, porque el desastre nos envolvió a todos, el suelo se movía con tanta violencia que las edificaciones caían como naipes. Las calles estaban inundadas de gente aterrorizada y conmocionada. Y allí estaba yo, esperando un taxi que nunca llegaría para poder reunirme en el centro con mi compañero camarógrafo. Entendí entonces que estaba todo mal. Que el miedo era el factor común que nos unía a todos en ese primer momento.
 Es difícil no quedarse paralizado, sin saber que hacer, desorientado y sorprendido por lo que veía en las calles. El panorama era de edificios destruidos, calles partidas al medio, hospitales abarrotados. La policía estaba desbordada porque todo era un caos. Ningún servicio del Estado daba abasto con la atención. Los heridos se multiplicaban a cada momento y las victimas fatales también.
 Sucede en situaciones extremas, como la que vivimos hoy todos los ciudadanos del Distrito Federal, que el miedo es el primer sentimiento que se apodera de nosotros, pero no es eterno, porque ese miedo inicial da paso al coraje, a la necesidad de no quedarse parados observando como todo se cae a tu alrededor. Entonces comienza otra historia: la historia de la gente común, que al darse cuenta que no puede esperar la ayuda de un Estado que fue desbordado por la tragedia, siente que debe hacer algo.
 Mi rol de periodista pasó a ser accesorio, dejé el micrófono tirado y empecé a remover escombros con la esperanza de poder rescatar a alguien. Estábamos todos igual, con miedo, con angustia, con dolor y con esperanza.
 Fue muy grato para mí, poder rescatar a un chico que estaba escondido entre los restos de una antigua casa, estaba asustado y me quedé con él hasta que pude localizar a su mamá.
 La cucaracha en mi oído retumbaba todo el tiempo diciéndome “salí al aire”, “buscá una nota”, “contános lo que pasa en el lugar de los hechos” y me debatía entre volver a ser periodista y mirar todo desde afuera o seguir ayudando, colaborando, asistiendo, siendo uno más entre tantos.
 Historias de rescates, vidas salvadas, vidas perdidas, historias de miedo, de desesperación se repiten en toda la ciudad, y no excluye entre barrios pudientes ni suburbios. Todos habíamos sido afectados de igual manera, y a pesar de que esa noche nos envolvió el miedo, éste no desapareció pero le cedió el lugar a la solidaridad y la esperanza. 


El terremoto de Charleston- José Martí


 Del texto de José Martí:  
 Escribir un breve ejercicio (menos de una página) siguiendo el estilo de Martí y reclamando algo dentro del estilo periodístico.

Reclamos sin memoria

Fechas conmemorativas, como el 2 de abril, recuerdan a los argentinos el reclamo legítimo por un territorio que les fue robado por los ingleses. Está claro que el reclamo es justo. Se realiza de manera diplomática cada año y es apoyado por gobiernos latinoamericanos que están de acuerdo con la Argentina.
 Pero, ¿que pasa en América latina cuando las poblaciones aborígenes, que son una minoría étnica, reclaman ante los gobiernos democráticos que se los reconozca, que se les devuelva las tierras que les han quitado hace centenares de años y que se les sigue expropiando, que reclaman justicia por los etnocidios cometidos en otros tiempos y que no significa que deban ser olvidados? ¿Porque la población, y en este caso hago referencia a la población argentina, no considera propio este reclamo? No salen a la calle a reclamar justicia por sus antepasados. No les interesa y no quieren reconocer que tienen sangre aborigen. No se piensa en su pobreza, en la desnutrición, en los problemas sanitarios, y no hay ni siquiera interés en conocer su historia, sus costumbres, su cultura. Vuelvo a repetir que el reclamo de Malvinas es justo, pero tampoco hay que olvidarnos de las otras historias, en apariencia menos importantes, como lo son la Conquista del Desierto o la historia del Descubrimiento de América. Parece ser que como pasaron hace décadas pueden quedar en el olvido e ignorarse. No se puede ignorar la pobreza, la desigualdad, los problemas sanitarios y vivir tan campantemente como si la tierra que habitamos hoy, siempre hubiera sido nuestra.   

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Reclamos sin memoria

Fechas conmemorativas, como el 2 de abril, recuerdan a los argentinos el reclamo legítimo por un territorio que les fue robado, por decirlo de una manera muy rápida por los ingleses. Es un reclamo que se puede considerar justo, que se realiza de manera diplomática cada año y es apoyado por gobiernos latinoamericanos que están de acuerdo con la Argentina. Está claro que el reclamo es justo.
 Pero que pasa en América latina cuando las poblaciones aborígenes, que son una minoría étnica, reclaman ante los gobiernos democráticos que se los reconozca, que se les devuelva las tierras que les han quitado hace muchísimos años y que se les sigue expropiando, que reclaman justicia por los etnocidios cometidos en otros tiempos y que no significa que deban ser olvidados. ¿Porque la población, y en este caso hago referencia a la población argentina, no considera propio este reclamo? No salen a la calle a reclamar justicia por sus antepasados, no les interesa y no quieren reconocer que tienen sangre aborigen. No se piensa en su pobreza, desnutrición, problemas sanitarios, y no hay ni siquiera interés en conocer su historia, sus costumbres, su cultura. Vuelvo a repetir que el reclamo de Malvinas es justo, pero tampoco hay que olvidarnos de las otras historias, aparentemente menos importantes, como lo son la Conquista del Desierto, la historia del Descubrimiento de América, que parece ser que como pasaron hace décadas pueden quedar en el olvido e ignorarse. No se puede ignorar la pobreza, la desigualdad, los problemas sanitarios y vivir tan campantemente como si la tierra en que vivimos hoy, siempre hubiera sido nuestra.   
 

Ángeles de una noche- Elena Poniatowska


Actividad: Del texto de Elena Poniatowska realizar una crónica que debe “cerrar”. Tiene que empezar con un párrafo descriptivo, tiene que tratar una temática social: “la explotación que sufren las personas que van del interior a Bs. As.”
 
República unitaria Argentina

La ciudad del Puerto y del bullicio, donde nunca se duerme. Una ciudad comparable con las grandes capitales de Europa. De movimientos constantes, tráfico y trabajadores que se movilizan en trenes, subtes o colectivos para llegar a sus puestos de trabajo.
Buenos Aires, poblada de edificios que tocan el cielo e iluminada por un tendido eléctrico que genera la sensación de que no hay oscuridad ni en la noche. Buenos Aires ciudad de las oportunidades para quien se arriesga a buscarlas.
Una mañana fría de marzo llegó a Retiro Juanelo, un muchacho del interior del país, que ahorró lo suficiente para pagarse un pasaje desde Misiones, la tierra que lo vió nacer, a la Capital. Llegó allí con la esperanza de encontrar oportunidades laborales, de poder hacerse por si mismo y ayudar a su familia.
Buscó un albergue donde dormir y por unos pocos pesos se aseguró tener un techo para pasar el invierno. Pidió prestado diarios para leer los clasificados, se presentó en obras de construcción ofreciéndose como albañil, fue al puerto sin siquiera haber conocido nunca el mar y todos los lugares a donde fue no tuvo éxito. “No hay plata”, “la economía no anda bien”, “apenas puedo pagarles a los empleados que ya tengo, no puedo sumar otro” eran algunas de las respuestas que recibió en los lugares que visitó. Pasaron los meses, los ahorros se desvanecieron, Juanelo no sabía nada de su familia y tampoco ellos sabían nada de él, ya no pudo pagar el albergue y terminó durmiendo debajo de un puente, hasta que se dió cuenta que su situación era insostenible, y decidió volver a su provincia, Misiones. Vendió sus pocas pertenencias, mendigó por las calles de Belgrano y cuando juntó el dinero para el pasaje, se fue a Retiro y una noche calida de septiembre se despidió de la Capital, de sus edificios, sus autopistas siempre atascadas de autos y de la luminosidad de los carteles electrónicos que hacen de Buenos Aires un gran farol que brilla todas las noches.
Juanelo es un ejemplo, un caso entre tantos que se pueden contemplar diariamente, de personas desesperanzadas que hacen un esfuerzo enorme por dejar el interior y llegar a la Capital en busca de trabajo y un futuro más próspero para ellos mismos y sus familias.
Pero al no conseguirlo, terminan regresando, como Juanelo y otros se convierten en habitantes de las villas que tan mala fama tienen y terminan siendo excluidos del sistema, si es que éste alguna vez los tuvo en cuenta.

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República unitaria Argentina

La ciudad del puerto y de las oportunidades, donde nunca se duerme. Una ciudad comparable con las grandes capitales de Europa. De movimientos constantes, tráfico, trabajadores que se movilizan en trenes, subtes o colectivos para llegar a sus puestos de trabajo.
 A Buenos Aires llegan en masa todos los días del año familias con esperanza de mejorar su realidad.
 Es aquí donde los desesperanzados del interior eligen buscar un futuro mejor. Dejaron sus hogares y se aprovecharon de su desesperación. “Me voy a la gran ciudad” decían los jóvenes ilusionados a sus madres.
 Pasó el tiempo, muchas horas de trabajo y el salario indigno. Con el correr de los meses la ilusión se convirtió en decepción, las oportunidades no fueron tales.
 Creyeron que la Capital podía ofrecerles lo que en sus ciudades carecía. Pero la realidad fue la misma. Pobreza en el interior, pobreza y abuso en la Capital.

Dios Mío- Martín Caparrós


Leer de Martín Caparrós: “Dios Mío”.
Escribir un texto breve, argumentativo, a partir de la información que nos da Caparrós sobre Sai Baba y contando el fenómeno de él. 

  Es difícil no caer en el escepticismo de decir: “si no lo veo, no lo creo”. Justamente todas las religiones del mundo profesan valores, hechos históricos y creencias que son difíciles de comprobar científicamente, pero que se resumen a un solo concepto, la FE. No hacer tantas preguntas y simplemente tener FE y creer que las cosas debieron ser así y no ir a fondo con ninguna investigación. También pienso que todos necesitamos creer en alguien o algo que está más allá de nosotros y nos genera la tranquilidad de saber que hay algo más después de la muerte material. Algunos le llamamos Dios, otros Jehová o Yahvé, etc.
 Pero en el caso de Sai Baba, es imposible para mí no tener dudas sobre él y su supuesta divinidad. Creo sinceramente que es un farsante. Primero en principal, un Dios (a mi modo de ver) no anda por la vida diciendo que es un Dios de manera tan egocéntrica y con total liviandad. Las religiones como el hinduismo tienen variados Dioses y avatares   (el avatar es la encarnación terrestre de un dios, en particular Visnú, en la cultura hindú). Cuenta su biografía que cuando el autodenominado Sai Baba nació, se encontró una cobra debajo de su cuna y dice la historia que esto habría demostrado a sus padres que él era Shesha-Sai (el dios Visnú, que está acostado sobre la serpiente Shesha).
 La serpiente pudo estar ahí por casualidad, él nació en una familia humilde, privada de cualquier privilegio en materia de servicios públicos y comodidades, rodeado de pobreza y marginalidad. En este ambiente hostil, pudo haber aparecido una cobra tranquilamente. Además, yo no vi a ese animal,  ¿Cuánta gente vió la cobra debajo de su cama? Solo sus padres. Quizás la cobra nunca existió y fue un invento, o pudieron haber puesto a la serpiente de manera intencional para general esta situación.
 ¿Por qué de un día para el otro durante su adolescencia decidió decir que era un Dios? ¿Por qué conglomera a tantas personas de todo el mundo para dar una entrevista solo a algunos supuestos afortunados? Si es tan adorado y respetado y tiene buenas intenciones ¿Por qué no se dirige a toda la población? ¿Es necesario que un Dios viva en la opulencia, rodeado de guardias y alejado del pueblo? Sabiendo que su país, como en tantos lugares del mundo, la pobreza y el hambre afecta a millones de personas que lo último que les queda es la esperanza de que cuando mueran van a ir a un paraíso y seguro la pasaran mejor que en esto mundo material y pecaminoso. Sinceramente creo que él vive en un paraíso material y ficticio. Creado y sostenido por todas las personas que en su necesidad de creer en algo y encontrar la Fe, lo mantienen, lo veneran y lo adoran, como si Sai Baba les ofreciera algo grandioso en retribución. En el caso de Sai Baba y personalmente agrego a la Iglesia como Institución y a cualquier Iglesia que se institucionaliza burocráticamente, pienso que son unos farsantes que se aprovechan de la necesidad y por momento falta de inteligencia de las personas desesperadas del mundo.
 Aclaro, porque hace falta, creo en Dios, que no es lo mismo que la Iglesia como institución, o la religión como un negocio.

Carta abierta a la Junta Militar- Rodolfo Walsh


Leer “Carta abierta a la Junta militar”- Rodolfo Walsh.
Redactar un breve texto explicativo marcando la relación entre la nota y la situación política.
 
Carta abierta a la Junta Militar

 ¿Cómo explicar que la redacción de una carta le costó la vida a una persona?
 Digamos que no era cualquier persona y tampoco era una simple hoja de papel con inocentes palabras. El año era 1977, un 24 de marzo. Se cumplía exactamente un año desde que las fuerzas armadas tomaron el poder y derrocaron a un gobierno democrático. Era un mal, ineficiente, desorganizado, pero democrático al fin. Con la llegada de los militares, la realidad social y política cambió radicalmente. El malestar de la sociedad creció enormemente a causa de las medidas económicas adoptadas, que beneficiaban al empresariado y a la oligarquía argentina en contra del bien común. Se desarrollaron manifestaciones que terminaron en violentas represiones. Con el correr del tiempo, la violencia hacia la sociedad creció. Se desplegó el terrorismo de Estado. El miedo se apoderó de todos, y a la gran mayoría la inmovilizó. Secuestros, detenidos, desaparecidos, asesinatos, son algunas de las herramientas que utilizó el gobierno para poder reprimir los focos de protestas.
 En un cuadro de tanta hostilidad era muy difícil poder opinar y criticar.
 Es justamente lo que expresa la carta de Rodolfo Walsh, una crítica letal y real de los hechos que se venían aconteciendo durante el año de opresión que se cumplía ese día.
 Cada palabra era una fiel traducción de lo que estaba pasando, y por eso lo mataron. Porque estas cosas no se pueden difundir. Hay que juntarlas y esconderlas debajo de la alfombra para que las personas no se den cuenta y sigan su vida pensando que hay una guerra afuera de su casa, una guerra en la que no hay que meterse. Si viste algo, mirá para el costado, si escuchaste lo que no debías, tapate los oídos.
 Esta carta dice lo que muchos ocultaron, por miedo o por complicidad. Le costó la vida a una persona, que no era cualquier persona, porque a diferencia de muchos, él se animo a ser periodista.

Borrador
Carta abierta a la Junta Militar

 ¿Cómo explicar que la redacción de una carta le costó la vida a una persona? Digamos que no era cualquier persona y tampoco era una simple hoja de papel con palabras. El año era 1977, un 24 de marzo. Se cumplía exactamente un año desde que las fuerzas armadas tomaron el poder y derrocaron a un gobierno democrático, que era malo, ineficiente, desorganizado, pero democrático al fin. Con la llegada de los militares, la realidad social y política cambió radicalmente. El malestar de la sociedad creció enormemente a causa de las medidas económicas adoptadas, que beneficiaban al empresariado y la oligarquía argentina en contra del bien común. Con esto, se desarrollaron manifestaciones que terminaron en violentas represiones. Con el correr del tiempo, la violencia hacia la sociedad creció. Se desarrolló el terrorismo de Estado. El miedo se apoderó de todos, y a la gran mayoría la inmovilizó. Secuestros, detenidos, desaparecidos, asesinatos, son algunas de las herramientas que utilizó el gobierno para poder reprimir a la población.
 En un cuadro de tanta hostilidad era muy difícil realmente poder opinar y criticar. Es justamente lo que expresa la carta de Rodolfo Walsh, una crítica letal y real de los hechos que se venían aconteciendo durante el año de opresión que se cumplía ese día.
 Cada palabra es una fiel traducción de lo que estaba pasando, y por eso lo mataron. Porque estas cosas no se pueden difundir. Hay que juntarlas y esconderlas debajo de la alfombra para que las personas no se den cuenta y sigan su vida pensando que hay una guerra afuera de su casa, una guerra en la que no hay que meterse. Si viste algo, mira para el costado, si escuchaste lo que no debías, tapate los oídos.
 Esta carta dice lo que muchos ocultaron, por miedo o por complicidad. Le costó la vida a una persona que no era cualquier persona, porque a diferencia de muchos, él fue periodista.

Los desaparecidos- Elena Poniatowska


 Leer “Los desaparecidos”- Elena Poniatowska.
a) Redactar en 1º persona desde alguna experiencia del texto.

 
Hábeas Corpus

 Una noche como cualquier otra. Luego de un arduo día de trabajo en la finca, estaba cenando con mi familia. De repente, así de la nada, entraron 10 uniformados, que derrumbaron mi puerta y nos acorralaron en el comedor. Me preguntaron mi nombre y cuando confirmaron que yo era quien buscaban, me dijeron que los tenía que acompañar para responder unas preguntas. Era algo de rutina le dijeron a mi familia. Pero cuando atiné a ofrecer una pequeña resistencia, me arrastraron sin miramientos por la vereda. Me agarraron de los pelos y me patearon con violencia. Eran 10 contra 1, ¿que podía hacer yo? Mi familia rogaba que no me maltrataran y los vecinos miraban desde sus umbrales algo sorprendidos, pero distantes. Nadie intercedió por mí, me subieron al auto y partimos. No hubo regreso. 

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 Hábeas Corpus

 Una noche como cualquier otra. Luego de un arduo día de trabajo en la finca, estaba cenando con mi familia. Cuando de repente, así de la nada, entraron 10 uniformados, que derrumbaron mi puerta y nos acorralaron en el comedor. Me preguntaron mi nombre y cuando confirmaron que yo era quien buscaban, me dijeron que los tenía que acompañar para responder unas preguntas. Era algo de rutina le dijeron a mi familia. Pero cuando atiné a ofrecer una pequeña resistencia, me arrastraron sin miramientos por la vereda. Me agarraron de los pelos y me patearon innecesariamente. Eran 10 contra 1, ¿que podía hacer yo?. Mi familia les rogaba que no me maltrataran y los vecinos miraban desde sus umbrales algo sorprendidos pero distantes. Nadie intercedió por mí, me subieron al auto y partimos. Sabía que solo era un viaje de ida.

Robledo Puch- Osvaldo Soriano



Escribir un fragmento con los verbos típicos de la narración:

 Carlos Eduardo estudiaba piano, la maestra decía que tenía gran facilidad y que era un chico respetuoso. Ejercitaba con Hannon y la abuela estaba contenta con él, porque aprendió muy bien a hablar alemán y también podía conversar en ingles. Claro que no era un chico afeminado, como esos que tocaban en las fiestas familiares para ganar el aplauso de los parientes y amigos.  Él salía  a jugar a cow-boys con los chicos del barrio y jugaba al fútbol. Se creía San Filippo y cuando le quitaban la pelota protestaba, que era faul. Pero no le hacían caso porque era un poco antipático, casi agresivo cuando discutía. Por eso le decían leche hervida. 

 Transformar un capítulo completo, mostrando todo pero el nombre del criminal al final:

El enemigo insólito:
                        
 “A los 20 años no se puede andar sin coche y sin plata”. Para él la vida es simple. A medias entre ambos compran un Fiat 600 que generalmente conduce el más joven de los dos. Lo maneja a toda velocidad e interviene en picadas en las que muerde de rabia por no tener un coche más potente.
 Una noche, mientras toman una copa, se ponen de acuerdo. El experto sabe que habrá peligro: se juramentaron y el nuevo será el ejecutor de quien se cruce en el camino.
 Por fin, la noche del 9 de mayo llegan a la calle Ricardo Gutiérrez al 1500, en Olivos. Por la pared de una estación de servicio saltan al techo del baño de una casa de venta de repuestos para autos. Entran por una claraboya. El encargado y su mujer duermen en camas separadas. A un lado descansa una hija del joven matrimonio. No se despiertan. Bianchi no despertará jamás: El ejecutor le pega dos balazos. La mujer se sobresalta y hace lo mismo, le gatilla dos veces más.  Una bala da en el pecho de la mujer que cae hacia atrás. El dueño de los disparos se lanza sobre el placard y comienza a buscar. A su espalda oye gemidos débiles. La mujer se desangra, pero no puede moverse porque el acompañante del ejecutor ha caído sobre ella. El ejecutor los mira; no abarca la tragedia en su totalidad. Hay un muerto y una violación, pero para él los hechos no tienen dimensión ni nombres comunes. “Había que sobrevivir”, diría mas tarde. Cuando salen, el abusador está manchado de sangre pero no cambian una palabra. El nuevo se detiene de nuevo y sonríe. Ha visto la vidriera de los accesorios. Recoge una palanca de cambios y dos instrumentos de medición. “Son para el 600” dijo Robledo Puch, y los mete junto a los 350 mil pesos que halló en el placard.